TRECE Desde que anda con Ricardo

no se le ve ni el polvo —comentó Ximena.

—Nunca está en su casa. Le hablé tres veces para que viniera y no la encontré —dijo Marifer.

—Como que se está yendo de pinta demasiado, ¿no? Falta una vez a la semana, mínimo —dijo Viviana— y le vale madres. No me ha pedido los apuntes ni nada.

—Estará enamorada —dijo Lolis.

—Pues podrá estar todo lo enamorada que quieras, pero no botas así a tus mejores amigas —dijo Ximena—. Cuando no tiene a nadie con quien salir, anda de muégano y cuando encuentra novio, se desaparece.

—Seguro que pronto la pide Ricardo y ya verás como no termina la carrera —dijo Marifer.

—Pues qué bueno que por fin ya ande con un novio en serio —comentó Viviana.

—Sí, la verdad, ya era hora. A mí, francamente, me preocupaba —dijo Ximena.

—¿Por qué? —preguntó Lolis.

Todas rieron.

—Pues porque tiene muy mala fama, Lolis —respondió Ximena.

—¿Pero pues qué tanto hace? —preguntó Lolis.

—A ti te habrá contado todo —le dijo Marifer a Ximena.

—Es mi mejor amiga y me ha contado muchas cosas. Pero están locas si creen que las voy a repetir.

Las chicas callaron. Ximena no tuvo más remedio que romper el silencio.

—Yo la quiero muchísimo —dijo Ximena—, pero necesita ayuda psicológica porque es demasiado irresponsable y no quiere admitir que se está haciendo daño a sí misma.

—A mí me da miedo que alguien se aproveche de ella —dijo Marifer.

—Exacto —dijo Ximena—. Ella cree que siempre lo puede controlar todo, pero un día se le va a salir de las manos.

—¿Pero qué no se cuida? ¿Qué le puede pasar? —preguntó Viviana.

Ximena lanzó un suspiro resignado.

—Es que no sabes las cosas que hace.

—¿Como qué? —preguntó Viviana—. Digo, si toma pastillas o se preocupa de que se pongan condón, ya está, ¿no?

—No, Vivis, es que se mete con montones de tipos. A ver, ¿tú te ligarías a un chavo que ves por primera vez en tu vida en una fiesta en casa de alguien que ni conoces y a las dos horas te estás acostando con él? —dijo Ximena.

—¿Quién era el chavo? —preguntó Marifer.

—Vete a saber —dijo Ximena—. Un gorrón de la Roma o de la Nápoles o de quién sabe dónde.

—¿Tú estabas? —preguntó Lolis.

—No, pero llega Lucía al día siguiente a contarme que lo hicieron en la combi del tipo en la calle.

—¡Nooo! —aullaron todas—. ¿En dónde?

—En Calderón de la Barca, en Polanco —dijo Ximena—. O sea, imagínate que estaban metidos en la combi rebotando en medio de la calle y que, después de un rato, Lucía se moría de ganas de hacer pipí, pero no había dónde. La fiesta ya se había acabado y pues ni modo de ir a tocarles a las cinco de la mañana para que te dejen usar el baño, y pues que el chavo le dice que haga de aguilita detrás de un arbolito.

Carcajadas de espanto.

—¿Y qué hizo? —preguntó Lolis.

—Pues eso —respondió Ximena.

—¡Qué horror! —dijo Marifer.

—O sea, como esa les podría contar miles —dijo Ximena.

—¿Como con cuántos crees que se haya metido? —preguntó Marifer.

Además de Enzo, Lucía se había acostado con el novio de una amiga, quizás alguna de las presentes, no le había querido decir quién; con un maricón en estado de negación, con un tipo casado como de la edad de su papá, con un güey que cantaba en un grupo de rock que la estaba empezando a hacer, con un director de comerciales que conoció en un casting, con un dealer que según ella se parecía a Sting, con un gringo alcohólico como veinte años mayor que ella que conoció en una fiesta, con un francés, un italiano cuarentón guapísimo de ojos verdes y negocios de dudosa procedencia, un venezolano y un belga. Eso, sin incluir al bohemio de la combi, los dos novios oficiales y a los anónimos de puro faje.

—Uta, con un montón. Yo no creo que me haya dicho ni la mitad. Pero de los que me ha contado, bajita la mano, unos quince.

Todas hicieron su aritmética mental. En promedio, cada una calculó que entre todas ellas se habían cogido a no más de quince. Y eso sin contar a Lolis, cuya ingenuidad confundían con virginidad.

—No, pus sí está gruesa —dijo Lolis.

—Me pregunto qué podemos hacer para ayudarla —dijo Marifer.

—Yo no creo que necesite que nadie la ayude. Ella es feliz así —dijo Viviana.

Le molestaban los baños de pureza que todas se daban a costa de Lucía.

—¿Qué tal esa vez en la clase de educación sexual, se acuerdan? —continuó Ximena, rebatiendo a Viviana con más pruebas de la incorregibilidad de Lucía.

La clase de educación sexual era impartida una vez al año por algunas madres piadosas especialmente seleccionadas por las monjas. Aquella vez, en el auditorio, las adolescentes se enteraron por enésima vez de que copular antes del matrimonio es pecado. Las monjas pasaron una canasta para que las niñas se pudieran sentir en total libertad de airear sus inquietudes sobre la sexualidad en pequeños papelitos anónimos.

Unas cuantas alumnas escribieron sus dudas sobre la cuadrícula. Pero en una de esas, abre la Sra. González de la Cueva un papelito y titubea por un segundo antes de leer, con voz temblorosa de rabia: «¿A qué sabe el semen?».

—Güey, ¿se acuerdan? —dijo Marifer.

—La prefecta de disciplina se levantó de la silla y la empujó tan fuerte que se le volteó —dijo Ximena.

—Parecía que iba a reventar del coraje cuando preguntó quién fue la que escribió eso —dijo Viviana.

—Lo primero que se me ocurrió a mí fue que sabe como a nieve de limón —dijo Lolis.

Después de las carcajadas, las amigas recitaron a coro la memorable respuesta de la Sra. González de la Cueva: «Eso es algo que no voy a responder porque no lo sé y no pienso saberlo jamás. Eso es una cochinada».

—O sea —dijo Ximena, concluyendo sus argumentos—, ¿quién creen que fue?

—Nooo —dijo Lolis.

—A huevo —dijo Viviana—. ¿Si no, quién?

—¿Ella te lo dijo? —preguntó Marifer.

—No me lo tuvo que decir —dijo Ximena—. La conozco. Si yo fuera Ricardo, a mí me daría oso salir con Lucía. Llegas a una reunión y la mitad de tus conocidos ya se la escabechó. Mira, con decirte que Lucía se espantó tanto que hasta se fue a hacer la prueba del SIDA.

—¿Y qué le dijeron? —preguntó Lolis.

—No seas tonta, Lolis —dijo Viviana—. Obviamente salió negativa.

—¿Cómo sabes? —dijo Marifer—. A lo mejor lo tiene.

—No lo tiene —aseguró Ximena.

—¿Negativa es que no o que sí? —preguntó Lolis.

—¡Que no! —rieron todas.

—Es que como negativo quiere decir que es algo malo, entonces si te dicen que salió negativo chance y quiere decir que lo tienes —explicó Lolis.

—Lolis, deveras. Bueno, y estaba tan paranoica —continuó Ximena— que no los creyó y se volvió a hacer la prueba en el Hospital Inglés, con el pretexto de donar sangre.

—¿Pus en dónde se lo hizo la primera vez? —dijo Marifer.

—Creo que en Censida, cerca del metro Insurgentes —dijo Ximena.

Todas pusieron cara de horror.

—Obviamente, no iba a ir con su ginecólogo para hacérsela —continuó Ximena—. Qué tal si se lo cuenta a su mamá.

—Se supone que el doctor es confidencial —dijo Lolis.

—Se supone —respondieron las demás, a coro.

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